Editorial
Han roto el molde. No tienen modelo a seguir y están cincelándolo a golpe de libertad y poder. Son mujeres que asoman o superan los 70 años. Tuvieron acceso a la universidad y al mercado laboral. Si fueron madres, sus hijos ya hace décadas que vuelan solos. Y el movimiento feminista las ha hecho más visibles. La edad nunca fue un obstáculo para tantos hombres que lideran organizaciones a los 70 u 80 años, pero era una condena al ostracismo para las mujeres. Hoy, ellas están tomando el mando. Son muchas las mujeres mayores que, en todos los ámbitos, están cobrando significancia. Y también son muchos los prejuicios que han debido combatir. El primero: su propio cuerpo. Ese cuerpo que la presión social ha obligado a ser eternamente joven. A la mujer se le ha exigido belleza o, como mínimo, cuidados. Su apariencia se ha ligado al contenido, de manera que las arrugas iban asociadas al fin de la utilidad. Esos cuerpos de 70 años ya no son los que algunos hombres reciben con las puertas cerradas de sus despachos. Algunas han conseguido ocuparlos. Algunos estudios revelan que las mujeres entre 65 y 79 años son el grupo demográfico más feliz. Pasada ya la menopausia, liberadas de clichés que convertían su existencia en un continuo examen (buena madre, buena esposa, buena empleada y, por supuesto, mujer deseable), las mujeres mayores gozan de una etapa de libertad que difícilmente podían haber alcanzado hasta ese momento. El mérito de este éxito es de ellas, pero también hay que destacar el cambio social que lo acompaña. La concienciación feminista en los más diversos ámbitos arropa fenómenos como este. Un motivo más para plantarse contra cualquier retroceso que quieran imponer quienes no entienden que los avances por la igualdad son avances de toda la sociedad. Una generación de mujeres relevantes habla sin tapujos, ostenta el mando y exhibe su presencia. Ha llegado alguien nuevo al poder.
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