Son muchos los motivos que llevan a una mujer a querer ser madre, en un proyecto compartido con su pareja o no. La ilusión, la herencia de lo vivido, la presión social... una decisión y una experiencia no exentas de conflictos personales, como cada vez más escritoras, artistas y pensadoras se esfuerzan en mostrar a la luz. A la complejidad de la decisión se le añade la angustia y la frustración cuando la maternidad no es posible de forma natural. Es uno de tantos temas del universo femenino condenados al silencio, a menudo con una carga injustificada de culpa o responsabilidad que se hace recaer únicamente en la mujer, cuando además los problemas de infertilidad afectan cada vez más a los hombres. Con todo, mujer, y de 39 años, es el perfil medio del paciente que acude en España a centros de reproducción asistida. Más de la mitad de ellas supera la cuarentena y sufre problemas de fecundidad asociados a la edad avanzada. Los nuevos dictados económicos y sociales empujan a retrasar el momento de la maternidad. Son varios los factores que favorecen el retraso del embarazo. Desde luego, las exigencias de un mercado laboral que retrasa la emancipación y después sigue penalizando el desarrollo profesional de las mujeres. Pero también unos patrones de consumo que alargan la juventud hasta lo que, no hace mucho, era considerado madurez. El problema es que, aunque la mujer sea joven, su aparato reproductivo ya no lo es. La edad óptima para quedarse embarazada es entre los 20 y los 30 años, una década complicada en el desarrollo de una carrera profesional.
Esta situación ha dado aliento a los centros de reproducción asistida en España. En 16 años han aumentado en un 61%. Aunque la edad no es el único motivo que lleva a las mujeres a dichas clínicas. La legislación española es menos restrictiva que la de otros países y autoriza la donación de óvulos y semen, así como el anonimato de los donantes. Mujeres extranjeras sin pareja masculina acuden a los centros españoles a beneficiarse de este marco legislativo favorable.
Pero las técnicas de reproducción no son baratas y tienen un elevado coste físico y emocional para las mujeres que se someten a ellas. Más aún cuando muchas ya llegan al tratamiento después de meses, o años, de inquietud. Las consecuencias son relevantes. Mayor desgaste físico y psíquico y grandes sumas de dinero invertidas. Del mismo modo que la infertilidad debe librarse de las estigmatizaciones del pasado, también la edad de la maternidad merece formar parte del debate.